En la vulnerable fortaleza de esta superheroína corriente Halla reside el encanto de un film colorista, elegante y muy, muy entretenido, destacando una excelente actuación de Halldóra Geirharðsdóttir.
Es mérito de la sensibilidad de Simón y su excepcional labor con los actores que un filme sobre la toma de conciencia de la muerte logre ser tan vital y luminoso.
Una película que busca la complicidad a toda costa. Un filme esencialmente pasado de moda, una versión geriátrica de «Rain Man» o un «remake» retrógrado de «Harold y Maude».
Una película desenfocada e incierta que no sabe claramente qué quiere ser: un thriller sobrenatural, un drama familiar, un cuento de terror gótico o simplemente un proyecto influenciado por la actual moda del nuevo fantástico español.
La capacidad de síntesis, la falta de sentimentalismo y la catadura moral de su visión del mundo hacen de esta película uno de sus mejores logros, y uno de los más luminosos.
Centrarse en los personajes permite que la película evite, en cierto modo, las tendencias más oscuras de este descenso a los infiernos y logre explorar el sentimiento de comunidad que se desarrolla entre los inmigrantes.
Sorprende la eficacia y la concreción con que Kormákur saca provecho de una situación única, la acción, que es puro músculo, sostiene por sí sola a esta modesta y disfrutable serie B.
Es un experimento estimulante, un ejercicio estructuralista tanto didáctico como creativo que emerge de la dialéctica entre diferentes tiempos discursivos.
Presenta a Kapuscinski como un héroe sin mácula, lo cual es el mayor defecto del filme. La singularidad de «Un día más con vida» radica en su combinación de animación y documental, resultando en un contraste productivo.
Lamentable la película, con una frivolidad sonrojante, se atreve a poner al mismo nivel un romance de novela rosa y el sufrimiento de las víctimas de la guerra.
Ejemplar. No es un documental fácil de ver, y no solo por las impactantes imágenes que presenta, sino también por la poderosa moraleja que transmite. Lo mejor es la agudeza de sus argumentos.
Es una película sobre la traducción, en el más amplio sentido del término, y, coherente con su premisa, uno tiene la sensación de que, al final, también hay algo que le separa de ella, que desenfoca su sentido, o que lo reinventa de un modo que se nos escapa.
Ese suntuoso y elegante festín de colores, junto con decorados exquisitamente elaborados, refleja la profunda sabiduría cinematográfica y la sensibilidad de su autor. Sin embargo, esta misma belleza visual se convierte en la mayor virtud y a la vez en el mayor talón de Aquiles de la película.
Es un remake que no aporta nada nuevo a sus antecesores: resulta tan tedioso e irrelevante como el filme protagonizado por Barbra Streisand y Kris Kristofferson en 1976.
David Gordon Green no acaba de resolver la sensación de déjà vu que desprende el film, aunque demuestra que Nicolas Cage puede ser un excelente actor a pesar del botox y que, a veces, la sensibilidad no está reñida con la materia prima del Gótico Sureño más manido.
Frívolo Boyle, un carnaval para la generación MTV. Comparada con 'Enterrado', muestra más inconsistencias, aunque resulta tan entretenida como la propuesta de Cortés.