Asombrosa conmovedora delicia, que, desde un dibujo de línea clara y con el sentimiento a flor de piel, se alinea con lo mejor de la animación japonesa.
También habría podido titularse “Jesucristo Superstar, paramédico”. Su estructura narrativa se asemeja al martirologio clásico. La puesta en escena resulta extremadamente efectista.
Una película menor, un título de fondo de armario que explota un concepto sencillo y eficaz para entonar, otra vez, un himno a la tolerancia hacia lo diferente y una celebración de la amistad.
Maestro de la fluidez narrativa, Audiard entrelaza los deseos y fracasos de este trío calavera, destacando la desenvuelta actuación de Lucie Zhang, con una agilidad que mantiene el interés del espectador.
Lo que importa es ese niño, Samet Yildiz, y su mirada, y cómo la captura Ferit Karahan en esta película autobiográfica. Aquí se revela la esencia de la infancia que también se encontraba en cineastas como Kiarostami.
Acierta de pleno en la frescura de las interpretaciones y en la construcción de un espacio que funciona como refugio de cemento. Sin embargo, no siempre logra estar a la altura del costumbrismo que intenta evocar.
Duprat lanza críticas mordaces, pero las dianas elegidas son bastante sencillas. La coherencia de la trama resulta más débil y menos elaborada en comparación con "El ciudadano ilustre". Es una sátira, sin duda, pero con un enfoque algo complaciente.
La dirección resulta ser muy plana y funcional, careciendo de imaginación y audacia, lo que sofoca la auténtica falta de sentido del exceso presente en Kerouac, con su prosa torrencial y caótica. Además, se aprecia una notable falta de química entre los actores.
Previsible sensibilidad. La película es tan poco sutil en sus manipulaciones dramáticas que resulta irritante para quienes buscan un enfoque más complejo en el tratamiento de un tema tan delicado.
Propone el mismo esquema que los clásicos que intenta deconstruir. Resulta un poco irritante que se insista en que un hombre y una mujer que deseen ser amigos siempre terminarán en la cama.
Los problemas de los personajes de 'Inmaduros' están tratados con tanta ligereza, son tan banales, que ni siquiera son capaces de generar complicidad. Son puro cliché.
No hay mundo alrededor de Darcy, Rachel o Dex, pues están atrapados en un plano medio televisivo que los lleva a mirarse hacia dentro. Es una 'película de zombis vestidos de Ralph Lauren', lo cual es una descripción inmejorable.
Es mérito de Holst acercarse a esta previsible materia prima a través de una puesta en escena elegante, utilizando el recurso de «basado en hechos reales» sin que esto vulnere la tensión narrativa. Ha sabido aprovechar la tradición del género y la ha redirigido para retratar una amistad que enfrenta las inclemencias del destino.
Goupil no ahorra críticas, pero la mayor virtud de su propuesta radica en su sensibilidad al acercarse a los niños, evitando tratarlos con condescendencia.
Miyazaki vuelve a mostrar la armonía entre dos mundos que, a primera vista, parecen contrarios. Es una obra destinada a adultos que aún conservan su niño interior.
¿Un Tarantino menor en forma de novela gráfica? Por supuesto, pero con agudos comentarios sobre una sociedad embebida de los ideales del neocapitalismo liberal.