No hay crédito de fotografía, lo que sugiere que Cassavetes añadió ese sombrero a su guardarropa de guionista y director, o que el verdadero culpable abandonó la ciudad antes que el pelotón.
Parece que la idea aquí es exponer y desacreditar la leyenda de Buffalo Bill, revelándola como la distorsión promocional que, en cierto modo, sin duda tiene que haber sido.
La ejecución carece de inspiración, lo que dificulta encontrar momentos de humor, y el guión no contribuye a mejorar la situación. La risa aguda de Reynolds se vuelve agotadora.
Marcada por unas espectaculares imágenes de carreras de coches, es un intento acertado de huir de las películas anteriores sobre el mismo tema. La solución fue establecer un ambiente documental.
A veces, esta pobre versión de una 'sitcom' parece escrita por niños de cinco años para niños de cinco años, tanto que uno sospecha que el guion fue pintado con los dedos.
Glenn Ford, Morrow y Poitier ofrecen interpretaciones tan auténticas bajo la aguda dirección de Brooks que la película mantiene al espectador en un vaivén de emociones, arrojando momentos de súplica, indignación y temor hasta el final.
El elenco de personajes inadaptados y caricaturescos se mantiene casi sin cambios, y el verdadero atractivo de la película radica en su grupo de tontos bonachones. No hay que negarlo, su presencia invita a reírse de ellos.