En ciertos momentos, la combinación de ambas tramas se siente forzada, lo que diluye el impacto del drama social que afecta a la comunidad, convirtiéndolo en un aspecto más de una producción excesivamente calculada.
Algunos aspectos de este filme no han envejecido bien. El hilo narrativo, que en 1964 tenía la audacia de la improvisación, hoy luce errático e insustancial. Entre tanto, el humor termina siendo excesivamente ingenuo y reiterativo.
La solemnidad de los diálogos, el ritmo y las actuaciones, sobre todo en la primera parte de la narración, hacen que en ciertos pasajes lo hipnótico coquetee peligrosamente con el tedio.
El guion está bien elaborado y muestra respeto por la inteligencia del público, pero en algunas partes, la trama se deja llevar por sentimentalismos de la Nueva Era que no le favorecen.
Aparte de su admirable talento cinematográfico, [Villeneuve] sabe sacar partido del buen trabajo de Brolin, quien tiene todos los matices que debe tener un malo de veras, y Blunt, quien combina el arrojo con la vulnerabilidad.
Cuenta dos historias. La segunda, centrada en la transformación personal de la pareja que busca venganza, es el verdadero tesoro de la película, marcada por las excelentes interpretaciones y la habilidad del director para explorar la profundidad de sus personajes.
Ahora, en lugar de evolucionar hacia nuevas historias, la saga parece estar retrocediendo. El héroe impenetrable de antaño ha sido reemplazado por un personaje más complejo, que muestra matices de humor y desarrollo personal.
En la mitad, varias secuencias que parecen relevantes, potenciadas por la edición y la música, resultan ser tan triviales que solo llevan a una conclusión: Bourne ha perdido su identidad.
La película evoca múltiples referencias artísticas. Es inevitable recordar 'Esperando a Godot'. También vienen a la memoria Terrence Malick y su visión atmosférica, o Werner Herzog y sus quijotes tropicales.
La palabra que mejor define 'Animales nocturnos' es elegancia. Aunque la trama es brutal, la película se destaca por su estética, encuadres, edición y su forma ingeniosa de entrelazar realidad y ficción.
La película ofrece dos elementos esenciales: una narrativa envolvente que atrapa al público desde el inicio y una actuación excepcional de Daniela Vega, quien demuestra un profundo entendimiento de lo que implican la dignidad y la entereza.
La disparidad entre la historia y sus personajes alcanza su cénit en el tramo final de la proyección, donde uno ya tiene claro que preferiría pasar más tiempo con ese puñado de idealistas entrañables que estar viendo un clímax tan irrelevante.
Cuando parece que Franck Dubosc, director y protagonista, ha conseguido finalizar la historia de manera satisfactoria, se presenta un desenlace predecible que se siente como un cliché.
La directora y guionista Louise Archambault maneja la historia con gran habilidad, ofreciendo una representación auténtica y sin prejuicios de la vida de Gabrielle.
Un filme irregular, donde los momentos más destacados se adentran en la comedia negra, mientras que los menos afortunados caen en un melodrama evidente.
Una narradora intrusiva, una horrorosa música de piano y un pusilánime protagonista masculino, y el filme queda reducido a un hermoso capricho, como el instinto de la sensual devoradora que lo protagoniza.