Una trilogía única en su género que sigue siendo una fuente inagotable de inspiración. Aunque fue un desafío para su creador, siempre será un manantial de emociones y reflexiones para quienes la disfrutan.
El inicio es impresionante, lleno de intriga y con una sugerencia intensa. Los momentos de acoso, amor y presencia son impactantes y se pueden comparar con las mejores escenas del cine de terror.
Una película ideal para cerrar una merienda infantil. Aunque está repleta de tecnología avanzada, transmite una sensación de artesanía y de fábula clásica que brinda al espectador un respiro y un sentido de admiración.
La originalidad se manifiesta en la tecnología utilizada y en los impresionantes efectos visuales. Lo más destacable de esta resurrección es su evocador tono de nostalgia romántica.
Cómo tocar otro son en Cuba y cómo bailarlo sin que se moleste Fidel. Tiene mérito ponerle música a esa ciudad que no sea la tópica del trópico, sin mojarse ni bucear, eludiendo la parte fría.
Una trilogía incomparable a ninguna otra es una obra inagotable, que lamentablemente agotó a su autor y que afortunadamente nunca, nunca, agotará la mirada y la emoción de cualquier espectador.
Es tan simbólica como escurridiza; uno se siente distante de las emociones de los personajes. La sensación de que lo no dicho es más relevante y cautivador que lo que se expone es palpable, dejando un vacío en la narración.
No es fácil incluir en una película a tantas estrellas del cine y que lo único que destaque sea la bola que cae en fin de año en Times Square. Sin embargo, el director logra un entrelazado de historias tan originales y apetitosas como una caja de polvorones.
Lang hace un buen trabajo de recreación ambiental, ofreciendo una película que se experimenta con desagrado y que aborda temas que ya deberían ser evidentes, como los 'goebbelitos'.
Una narrativa profundamente emotiva, presentada con una frialdad y un estilo evasivo. La cámara juega un papel fundamental, lo que limita la conexión emocional y genera una reacción más reflexiva que visceral.
Es una obra inmensa que ofrece entretenimiento en algunos momentos, con destellos de ingenio. Su despliegue visual y musical es característico, dejando la sensación de que el principal disfrute proviene del propio Tarantino.
Repleta de ideas, lenguaje, cine y humor, además de una mezcla de fantasía y realidad. Es raro encontrar una historia que se cuente de manera tan perfecta.
La primera hora de la película es un derroche de creatividad y belleza visual, presentando un toque de influencias que recuerdan a Visconti. Sin embargo, a medida que la trama se desarrolla, las expectativas pueden desvanecerse hacia el final.
Un comienzo potente, un trazo de drama en los personajes contorno y una aceptable construcción de los antagónicos hacen que la película se siga con interés aunque sin excesiva sorpresa.
Más que una secuela, menos que el original. Hay que evitar la inevitable comparación entre esta película de Denis Villeneuve y la original. Es una magnífica película, aunque su grandeza quizás se aprecie más en el futuro.
Sin desviarse de un guión que brilla constantemente y se complementa con numerosas escenas impactantes, Sacristán logra dar una experiencia completa, llena de emoción y profundidad que trasciende.
El estilo visual, la atmósfera y la historia recuerdan a una fusión de Larsson y Fincher, impregnada de elementos de «True Detective», logrando así un suspense inquietante y un perfil de detective atormentado.