Críticas Babylon (2022)

Una audaz oda al cine de uno de los cineastas más arriesgados de la actualidad. Bravura y desconcierto a partes iguales. Agárrate.

Hace guiños a los clásicos, desde 'Singin’ in the Rain' a 'A Star Is Born' o 'La Dolce Vita'. Pero aunque lo intenta con todas sus fuerzas, no está a la altura de ninguno de ellos.

Brillante: expone la sórdida realidad tras el Hollywood de la Era Dorada. Brad Pitt y Margot Robbie lideran esta extraordinaria bacanal agridulce.

Brillante, triste y desenfrenada, es una de las mejores películas del año, gracias en parte a una interpretación estelar de Diego Calva.

Un lío horrible, pegajoso e indulgente, que busca impactar en lugar de aportar algo interesante. Simplemente aburrida.

Una ópera cómica, descarada y ampulosa que se presenta de una manera tan poco refinada que actúa como una clara refutación del drama de prestigio al que normalmente se asocian estas odas nostálgicas.

Aunque el reparto se entrega por completo, su exceso se extiende y diluye las líneas narrativas con mayor potencial.

Chazelle sobrecarga la película tanto en lo referente al estilo como a los gags, que son aburridos.

Demasiada ambición y una ejecución chapucera.

Entera, grandiosa, descomunal, extravagante, salvaje. Sin duda, un peliculón que merece la pena disfrutar completamente. No, Chazelle no se ha conformado con un ‘buen trabajo’, ha buscado lo sublime.

Una película tan excesiva, escatológica, desmedida, nostálgica y procaz como feliz en su sicalíptica reivindicación de todos y cada uno de sus errores.

No hay rastros de humildad en 'Babylon', sino una megalomanía exacerbada. Son tres horas desiguales y descompensadas, repletas de momentos de buen cine en contraposición a la grandilocuencia gratuita.

Tan irregular como magnética, 'Babylon' es un impulso necesario en el que Margot Robbie y Brad Pitt no solo son las estrellas más brillantes, sino que también demuestran haber disfrutado de la experiencia.

Es una película emborrachada de su propia ambición y sus supuestos excesos de fluidos corporales, cocaína y vulgaridad. Se siente como una obra excesivamente calculada que carece de energía genuina.

Al final, queda el ruido, las imágenes, y la necesidad de impactar a través de ellas, de trascender, pero no hay más. Se presenta un ejercicio de narcisismo superlativo, tan vacío como irritante y amorfo.

Una película tan fascinante por momentos como frustrante en otros, tan deslumbrante como irritante. Así de irregular es su resultado, de contradictorias son las sensaciones que produce.

Excesiva, despareja, orgiástica y decadente, la película del director de 'La La Land' es una carta de amor al cine.

Chazelle no parece comprender plenamente su amor por el cine, y esta falta de claridad se hace evidente. La película no rinde homenaje al séptimo arte; en cambio, presenta un retrato de la locura que experimenta un grupo de personas por ser parte de él.

Tres horas le lleva a Chazelle disfrazar esta sarta de clichés sin la menor ambigüedad. Lo demás es un director mostrando que puede mover como quiere la cámara pero que no tiene idea de aquello que decidió mostrar.

Grandes actuaciones y escenas memorables son cualidades que aseguran que ver la película de Chazelle en una sala de cine sea una experiencia deliciosa.

Indulgente, excesiva, intoxicante… y estupenda.

La intención de Damien Chazelle de abarcar tanto acaba por perder la contundencia que hubo al inicio, porque empieza a competir con su también innegociable objetivo de sorprender a cada momento al espectador.